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por Pragmatona:


DFelino rezandoice el INEGI en su censo de 2010, que el 91.5% de la población en México pertenece a alguna denominación Cristiana, y la Católica, por supuesto, es la más numerosa. Esa es una de las razones por las que para cualquier persona que viva en este país, sea inevitable encontrar manifestaciones religiosas de toda clase, desde multitudinarias e inoportunas peregrinaciones a la Villa, hasta la clásica persignación al pasar por cualquier tragamonedas con una imagen de la virgen de Guadalupe.

A mi, estas demostraciones religiosas generalmente me pasan desapercibidas; excepto porque desde hace algún tiempo, es muy común ver en Facebook las insistentes solicitudes de oraciones y bendiciones de algunos de mis contactos (los cuáles por cierto son todos personas maravillosas). Y sin embargo, una de ellas por casualidad llamó mi atención:

Estimada familia: necesito de sus oraciones porque en unos días me realizarán un procedimiento médico. Oren con poder por favor y que Dios los llene de bendiciones.

He de suponer que estas solicitudes vienen acompañadas de una firme convicción en la utilidad que las oraciones tienen, para influenciar el resultado en la salud de la persona por la que se hacen. Y tal vez sea reconfortante tanto para la persona que las recita, como para el que las recibe, ¿pero realmente las oraciones tienen alguna efectividad en el resultado final de una enfermedad o tratamiento médico?

Volviendo la mirada al pasado.

La medicina moderna es una disciplina relativamente nueva y todavía durante el siglo XIX, era más seguro enfrentar una enfermedad sin la intervención de un médico que con ésta. Fue en ésta época donde se desarrollaron tratamientos inútiles como la homeopatía, con ideas supersticiosas pre-científicas, pero también fue la época donde algunos individuos sobresalientes, como Sir Francis Galton, se adelantaron a su época para desarrollar algunos protocolos de investigación que siguen usándose hoy en día para determinar la efectividad de un tratamiento médico.

“El hombre que amaba contar”, como lo describe Robert L. Park en su extraordinario libro “Superstition, Belief in the Age of Science“, dejó la medicina para estudiar matemáticas y estadística; para 1872, escribió un artículo denominado “Interrogantes estadísticas en la efectividad de la oración” (Statistical Inquiries into the Efficacy of Prayer), en respuesta a un reto público sobre el diseño y ejecución de un experimento para determinar el poder de la oración.

Mythbusters: Victorian Edition.

Galton notó que los monarcas y arzobispos eran las personas que más oraciones recibían de la población en general, debido a que la Iglesia de Inglaterra llamaba a los devotos a orar diariamente por la larga vida del rey y del arzobispo. Adicionalmente, la élite gobernante de la Inglaterra victoriana tenía acceso a los mejores médicos disponibles, por lo que era fácil plantear como hipótesis que los monarcas y arzobispos deberían tener en promedio, vidas más largas que las del resto de sus subordinados.

Galton descubrió sin embargo, que los datos no mostraban diferencia alguna entre la longevidad de los monarcas y arzobispos y otras categorías de individuos. Galton hizo una clasificación especial de hombres eminentes del clero, la profesión médica y los abogados (su criterio de diferenciación era la inclusión de sus biografías en un diccionario) y concluyó:

Cuando examinamos esta categoría, el tiempo de vida entre los integrantes del clero, los abogados y los médicos es 66.42, 66.51 y 67.04 respectivamente, siendo los miembros del clero aquellos con el tiempo de vida más corto. Por lo tanto, las oraciones del clero por protección contra los riesgos y peligros de la noche, por protección durante el día y para recuperación de la enfermedad, en los resultados parecen ser inútiles.

Y aunque Galton comentó sobre todos los factores que pudieron haber influenciado los datos que obtuvo, y sobre el limitado alcance de su estudio, la conclusión parece ser inevitable: la oración no funciona.

(Busted!)

Volviendo la mirada al presente.

Y por más de 100 años, ningún otro científico se atrevió abiertamente a discutir la pregunta; principalmente porque no existía un estándar para determinar la efectividad de un tratamiento y porque los principios de la ciencia aún no habían sido ampliamente introducidos en la profesión médica.

¿Cómo saber si un tratamiento funciona?

Poco más de un siglo después del estudio de Galton sobre la efectividad de la oración, la medicina moderna se encuentra en un estado mucho más desarrollado, donde la efectividad de los tratamientos está determinada en su mayor parte, por un instrumento conocido como Estudio clínico, de asignación aleatoria, de doble ciego, controlado por placebo. Es el estándar para determinar la efectividad de cualquier tratamiento médico moderno, como lo describe Ben Goldacre en su libro Bad Science: Quacks, Hacks and Big Pharma Flacks; en resumen:

  • Consiste en tomar una muestra significativa de pacientes con algún padecimiento específico, y separarlos en grupos (dos o tres, generalmente), asignando los pacientes de manera aleatoria (incluso el algoritmo de asignación forma parte del protocolo del experimento), para evitar que cualquier criterio de selección en la formación de los grupos de pacientes, como la edad, el género, etc., pudiesen comprometer el resultado final del estudio. Por eso se llama de asignación aleatoria.
  • Uno de los grupos es sometido al tratamiento sobre el que se desea conocer su efectividad; el segundo grupo (y tercero, cuando es el caso), generalmente es un grupo de control sobre el que se aplica un tratamiento placebo, o el mejor tratamiento conocido para el padecimiento en cuestión. Si el tratamiento no es significativamente mejor que el grupo de control, se puede asumir que el tratamiento no sirve, lisa y llanamente. Por eso se llama controlado por placebo.
  • Existe una fuerte vigilancia para asegurarse de que tanto los pacientes como los médicos que participan en la parte operativa del estudio, desconozcan absolutamente si están siendo prescritos con el tratamiento en cuestión o con el placebo. Se sabe que las expectativas tanto del paciente como del médico pueden influenciar el resultado del estudio, un fenómeno ampliamente documentado, y conocido como El Efecto Placebo. Por eso se llaman de doble-ciego.

Todas estas medidas se toman con el único objetivo de maximizar la confiabilidad del estudio, y evitar que influencias externas alteren los resultados. Algunos factores adicionales, como el tamaño de la muestra y la calidad del protocolo, son especialmente importantes para determinar si un estudio tiene la suficiente calidad metodológica como para confiar en sus resultados.

Midiendo con la misma vara.

Pero ¿y qué pasa cuando aplicamos nuestro instrumento estándar a la efectividad de la oración? En 1996, The Templeton Foundation, financió con 2.4 millones de dólares al Dr. Herbert Benson de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, para realizar el más grande y mejor controlado estudio clínico jamás realizado, sobre la efectividad de la oración intercesoria.

Tal cuál se describe en el reporte del estudio, poco más de 1800 pacientes en 6 hospitales de los Estados Unidos, que serían sometidos a una Cirugía de revascularización coronaria, fueron asignados aleatoriamente a 1 de 3 grupos:

  1. 604 recibieron oración intercesoria, después de haber sido informados que podrían o no recibir oraciones.
  2. 597 no recibieron oración intercesoria, después de haber sido informados que podrían o no recibir oraciones.
  3. 601 recibieron oración intercesoria, después de haber sido informados que recibirían oraciones.

El principal criterio seleccionado, fue la presencia de complicaciones posteriores, presentadas durante los 30 días siguientes a la operación.

Las congregaciones de tres iglesias cristianas fueron las encargadas de proporcionar las oraciones a los pacientes, de los cuáles sólo les fue proporcionado el nombre y las iniciales del apellido. Aunque el estudio permitía a los devotos rezar a su manera, se intentó estandarizar la forma de la oración para incluir la frase: “por una cirugía exitosa, con una recuperación sin complicaciones”.

El estudio duró casi una década, desde el inicio del proyecto en Febrero de 1996, hasta la conferencia de prensa de Herbert Benson el 30 de Marzo de 2006, donde se anunciaba la publicación de los resultados en el American Heart Journal, del Estudio de los Efectos Terapéuticos de la Oración Intercesoria (Study of the Therapeutic Effects of Intercessory Prayer) o STEP.

¿Y qué opina la realidad?

En los grupos 1 y 2, donde los pacientes no tenían la certeza de recibir de hecho oraciones, el porcentaje de pacientes que sufrieron complicaciones fue de 52 % y 51% respectivamente. Aunque la diferencia no es significativa, es sobresaliente que el grupo 2, tuvo una menor incidencia de complicaciones, es decir, los que de hecho NO recibieron oraciones.

Sin embargo, la verdadera sorpresa del estudio, está en el grupo 3 (aquellos que tenían la certeza de que recibirían oraciones y de hecho las recibieron), donde un 59% de los pacientes presentaron complicaciones post-operatorias. Como cómicamente lo describe Robert L. Park, “tal parece que saber que perteneces al equipo de Dios, te pone bajo un mayor estrés”.

¿Eso prueba definitivamente que las oraciones no sirven?

No, de hecho no. La cantidad de preguntas y objeciones que uno puede introducir al estudio presentado seguramente podrían incluir:

  • ¿Con qué métrica se puede determinar la calidad de las oraciones ofrecidas a cada uno de los pacientes?
  • ¿El resultado del estudio varía si se sustituye a Yahweh Sabaoth (el dios de los cristianos) con Zeus o Quetzalcóatl?
  • ¿Cómo distinguir las mejoras en la salud de los pacientes que son atribuíbles a la deidad principal a la que va destinada la oración, de otras figuras religiosas como Nuestra Señora de Fátima o Satanás?

Y un largo e hilarante etc. De cualquier forma, determinar la eficacia de la oración intercesoria resulta complicado, aunque la mayoría de la evidencia disponible hasta ahora sugiere que probablemente no sirva para nada, tal vez con suficiente confiabilidad como para que en el futuro, nadie quiera desperdiciar su tiempo y su dinero en este tipo de estudios.

¿Alguien dijo Modus tollendo tollens?

Pero ¿las oraciones sirven para otras cosas, como prevención o mitigación de desastres naturales? ¡Quizá en las sequías!

El curioso caso de las oraciones por lluvia.

Apenas este año, el estado de Texas en nuestro vecino país del norte, entró en una de las peores sequías registradas desde 1930. Su gobernador (y quizá próximo presidente de los Estados Unidos), el republicano Rick Perry, tomo una medida “determinante” para combatir la terrible sequía y decidió proclamar un periodo de oración por lluvia en el estado de Texas, que se llevaría a cabo del 22 al 24 de abril de 2010.

Si de algo podemos estar seguros, es que esas oraciones irán destinadas a Yahweh, puesto que Texas se encuentra indiscutiblemente dentro de Bible Belt, una de las regiones más religiosas de los Estados Unidos.

Y por fortuna, diversas instituciones de vigilancia meteorológica en los Estados Unidos nos permiten evaluar directamente y sin ambigüedades, la efectividad de la oración para contrarrestar la sequía en el estado de Texas. Los resultados, recopilados al momento de escribir esta entrada, no necesitan mayor interpretación:


Bajo cualquier criterio imaginable, las medidas tomadas por Rick Perry y su electorado, fueron un fracaso miserable. Algunos escépticos norteamericanos, como PZ Myers en Pharyngula, ya trataron el tema en varias ocasiones.

Y es de suponer que más de 5 meses es un tiempo más que adecuado para responder, incluso para la peor de las burocracias divinas. Al menos los Aztecas tuvieron un consistente lago de Texcoco, presumiblemente gracias a su dios Tláloc; supongo que alguien debería correr la voz a Rick Perry.

Conclusiones ¿apresuradas?

De los ejemplos tratados en las secciones anteriores de esta entrada, queda bastante claro que la evidencia disponible respecto a la efectividad de la oración es:

  • Suficientemente sólida para descartar efectos significativos en la recuperación de enfermedades, como lo muestra el estudio STEP.
  • O bien; absolutamente inservible, como lo muestra el pequeño caso de la terrible sequía en Texas y su valiente gobernador.

Tú, estimado lector, ¿conoces algún otro caso que muestre empíricamente que las oraciones son significativamente útiles para algo? ¿Claramente inútiles? Agradezco compartas tus comentarios.

Otras posibilidades “teológicas”.

Claro está, siempre caben otras explicaciones como:

  • Tu Dios ha decidido ignorar sistemáticamente tus peticiones, haciendo parecer como si no les hiciera caso.
  • O bien; tu Dios tiene mejores cosas que hacer.

Como en los casos citados en esta entrada, claramente el destinatario de las oraciones es inequívocamente Yahweh, la principal figura mítica de los judíos, cristianos y musulmanes, sería interesante proponer algunas interrogantes basadas en lo que dicen los libros sagrados sobre el acto de rezar y las oraciones. Para este post y por la brevedad de mis objeciones, me remito al capítulo 6 del Evangelio según San Mateo.

Rezar en público no es la onda.

Tanto si rezas por la salud propia, o la de alguien más, considera que a Jesús no le gusta que lo hagas en público, según Mateo 6:5:

Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio.

Aún más en Mateo 6:6, queda perfectamente claro que las oraciones se conducen en privado. Así que tanto por respeto a la gente que no profesa tu religión, como a tu propia religión, ¡no lo hagas!

Rezar no es cuestión de cantidad (¿sino de calidad?).

En el mismo capítulo, Mateo 6:7 dice:

Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga.

Si decides hacerlo, considera que es altamente probable que Dios te ignore, y no solamente él, sino ten por seguro que el resto de aquellos que no compartan tu fe, o el sabor particular que hayas elegido.

En el mejor de los casos, rezar es inconsecuente.

Un poquito más adelante en Mateo 6:8, dice:

No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan.

Así que antes de rezar, solicitar oraciones o dar un espectáculo en público, considera que un Dios omnisciente ya sabe lo que quieres, incluso antes de que se lo pidas. Así que para ahorrar (nos) molestias y palabras…

En el peor de los casos, rezar es arrogante.

Considera además, que tratándose de un Dios infinitamente poderoso, infinitamente sabio, justo y amoroso, como dicen los judíos y cristianos que es Yahweh, ¿no es un tanto arrogante de tu parte sugerirle mediante una oración que el plan divino que tiene para ti es insuficiente o equivocado?

Y al final….

Creo que esta entrada tiene un modesto pero sólido caso de que las oraciones no tienen ninguna consecuencia medible (al menos no positiva) en la salud de las personas o en la prevención de desastres naturales (al menos no en Texas) y que rezar, tan reconfortante como pueda parecer, es inconsecuente en última instancia. Si contra toda la evidencia disponible aún prefieres asumir que rezar sirve de algo, ¡adelante! probablemente seas un entusiasta colecionista de rezos; por supuesto, ten por seguro que yo respetaré tu libre ejercicio de ofrecer oraciones, esperando que tú respetes mi libre ejercicio de criticar la futilidad del acto.

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Publicado anteriormente, el 26 de Septiembre de 2011 en Drops on the Moon por Tonatihu Díaz (@pragmatona).

Derechos: ® https://papaesceptico.com/ 2011

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